¡Se aprende a leer y escribir conscientemente! No empezamos a leer las palabras completas ni sus sílabas, sino los sonidos que representan cada signo, sus fonemas. Luego de establecer estas unidades simples (los sonidos de las vocales y las letras), se avanza en la comprensión del conjunto de la palabra y de las múltiples relaciones que forman sus elementos hasta lograr su construcción.
Lo primero es el conocer analítico, porque debe elevarse la palabra dada a la forma de abstracción universal; después sigue el conocer sintético, que capta esas unidades en sus diversas conexiones. “El comienzo es tanto analítico como sintético”, declaró F. Hegel.
Por eso, el aprendizaje de la lectoescritura se convierte para el niño en un quehacer con unidades abstractas, igual a como ocurre cuando se le enseña a dibujar figuras geométricas: no se empieza con el triángulo, el cuadrado o el círculo, sino por el punto y la línea (ver trazos 1).
Esa forma ordenada que recorre el niño es intencional y consciente, le sirve para comprender qué unidades está relacionando, qué combinación se produce y qué significado va a construir con la palabra. Entonces, el lenguaje escrito surge como el resultado de este aprendizaje especial que inicia con el dominio consciente de todos los medios de expresión escrita.
Por otra parte, los instrumentos técnicos de expresión son originalmente el objeto primordial del conocimiento hasta que se automatizan; luego, su función consiste en manifestar el pensamiento. Así, el paso del fonema al grafema ocupa una parte importante en este proceso, pues el niño debe comprender que los fonemas pueden dibujarse y representarse mediante signos escritos. El dominio del lenguaje verbal es el principal aprestamiento para aprender el lenguaje escrito.
A su vez, el conocimiento del niño avanza al relacionar las partes más simples entre sí hasta formar la totalidad de una palabra. Cada fonema tiene significado cuando se conecta con otro, y articular las partes de un todo es la relación esencial del conocimiento.
Sin embargo, no existen atajos ni se debe minimizar el esfuerzo que implica el aprendizaje racional de la lectoescritura. Por supuesto, hay formas adecuadas para hacer del aprendizaje un proceso agradable e interesante para el educando, y de esa didáctica se ocuparán los docentes.
Por tanto, la habilidad comunicativa para escribir y leer es el fruto de un trabajo cooperativo entre el niño y su maestro; este último diseña el camino metodológico que debe recorrer por sí mismo el primero. No se requiere que los docentes se disfracen, que llenen el salón de clase con globos y lo conviertan en un castillo de hadas; más bien se necesitan profesores que comprendan la metodología, que dominen teóricamente sus saberes y sean competentes al transferir sus conocimientos a los párvulos bajo su cuidado.
También deben tener carisma, capacidad de crear empatía con el grupo infantil, generar interés por el tema que van a enseñar y construir un entorno afectivo para aumentar la autoestima y la confianza en sus aprendientes.
Al comenzar estas reflexiones señalamos[v1] que el aprendizaje de la lectoescritura es una actividad racional, luego agregamos la dimensión afectiva, queda por añadir la dimensión práctica. No son suficientes el pensamiento y las emociones, se requiere del contacto directo con la realidad para afianzar el aprendizaje del lenguaje escrito, practicando, practicando y practicando. Entendemos el concepto de práctica no como contemplación de la realidad, sino como actividad sensorial humana que modifica tanto al entorno real como al sujeto.
No podemos imaginar al infante que se educa por fuera de la vida; para establecer si ha comprendido o no un tema, observemos su habilidad práctica para utilizar los conocimientos en situaciones diferentes. En términos generales, el criterio de aprendizaje está supeditado a la acción práctica.
La epistemología genética subraya que el desarrollo de los instrumentos de conocimiento –que se sucede a lo largo de los años– está ligado a la acción. Desde la primera etapa de la inteligencia sensoriomotora hasta el pensamiento formal alternan el pensamiento y el obrar del ser humano. Ya en el siglo XIX, el poeta alemán W. Goethe reveló que
[…] pensar y obrar, obrar y pensar, integran la suma de toda la sabiduría, reconocida desde el principio de los tiempos, practicada desde que el mundo existe, pero que no todos saben. Una y otra operación deben alternar eternamente en la vida, como alternan la aspiración y la expiración; deben ser tan inseparables como la pregunta y la respuesta.
Además, agrega: “quien somete la acción a la prueba del pensamiento y el pensamiento a la prueba de la acción” se aproxima con mayor seguridad a la verdad.
Recapitulando lo dicho, el aprendizaje del lenguaje escrito es consecuencia del pensamiento reflexivo que alterna tanto con el hacer práctico como con la dimensión afectiva que le sirve de soporte.
Es preciso enseñar al niño los códigos de la escritura, primero el dominio de la lectura de las cinco vocales y estas siete consonantes: m, l, p, s, t, n y d. Una vez interiorizadas y automatizada su lectura, se trabaja en la escritura de las mismas. Al llegar a este momento, el menor ya está en la posibilidad real de construir conscientemente sus primeras palabras apoyándose en la capacidad de establecer relaciones, de manera semejante a como se arma un rompecabezas.
Por eso, el programa de rompecabezas se utiliza como arquetipo para la construcción del lenguaje escrito, este debe convertirse en un gran juego de rompecabezas diferente en el que no se construye con piezas de madera para relacionar tamaños, grosores, colores y formas, sino con sonidos-signos que forman palabras al entrelazarse. Recomendamos entonces a todas las instituciones de preescolar diseñar un programa sistemático de rompecabezas que se aplique por niveles de acuerdo con los grados de complejidad.
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