La escritura no inicia cuando el maestro le entrega por primera vez el lápiz al niño y le enseña a trazar las letras. No, mucho antes se encuentra en forma embrionaria. Tener en cuenta el saber previo del educando es uno de los postulados metodológicos más importantes en la construcción de la lectoescritura.
La escritura no se debe imponer al menor, sino cultivarla, pues está presente en forma incipiente a través de tres funciones: los gestos indicativos, el juego simbólico y el dibujo, factores estos que conforman la “prehistoria de la escritura”, según Vygotsky. Así como los instintos y reflejos no requieren de la enseñanza, todo niño en condiciones normales, activa estas funciones espontáneamente: basta que se ponga en contacto práctico con el entorno.