Esto ha dado argumentos para justificar la no mediación del adulto en los procesos educativos, considerando lo espontáneo como la forma básica de desarrollo. Es más, por esta vía se infirió que la forma fundamental de ejercitar la inteligencia es el juego. Alejar al niño de cualquier mediación parece ser garantía de crecimiento.
Empezaremos por decir que el niño es portador potencial de las aptitudes y habilidades que constituyen al ser humano, lo contiene todo internamente. Incluso así, necesita adiestrarse en un entorno cultural y con la colaboración del adulto. Pensemos, para iniciar, en el niño recién nacido: requiere del adulto que lo reciba y lo cuide. En el “segundo nacimiento” hacen de partera el docente y sus padres, quienes ayudan a germinar el potencial infantil. Concebimos al educando no solo como aprendiz de disciplinas, sino como quien debe “conocerse a sí mismo” y aprender a gobernar sus propios procesos cognitivos. De acuerdo con estos objetivos programáticos de la educación, es indudable la necesaria cooperación del docente.
El párvulo nace, crece y se desarrolla en un entorno cultural, haciendo imposible abstraerlo de la influencia del adulto. Como se quiera analizar al ser humano, llegamos inevitablemente a la conclusión de que es un ser cultural y la cultura solo se aprehende con la mediación del adulto. Si el niño viviera en un ambiente natural, salvaje, bastaría la experiencia espontánea.
Una educación adecuada cultiva las habilidades y aptitudes del menor, como lo hemos podido observar en el desempeño de las diversas dimensiones. Por ejemplo, para el dibujo se ejercita al niño en la destreza de hacer trazos horizontales, verticales y curvos para superar la etapa del garabateo; en la expresión artística manual se potencia su habilidad para hacer formas básicas, como bolitas de papel grandes y pequeñas, o palos cortos y largos en plastilina; y tomando un ejemplo del deporte, en el tenis el potencial del niño se despliega a partir de la técnica enseñada por el entrenador para correr, desplazarse y coger la raqueta según los diferentes golpes.
En el área del pensamiento el maestro lo estimula implementando las operaciones mentales, como identificar, diferenciar, comparar, clasificar y seriar; en la música, se le enseñan ritmos básicos con percusión e inicia la lectura de los símbolos musicales. ¿Cómo se podría afirmar que el niño que no conoce las notas musicales y que aprende a tocar instrumentos por oído está en mejores condiciones interpretativas y creativas que aquel que aprende juiciosamente el lenguaje musical? En el campo de la danza, la profesora siempre dice a sus alumnos: “hazlo como yo”, da comienzo a su clase señalando la forma correcta de hacer el paso, pero mal haría en dejarlo a su improvisación. Y en cuanto a las habilidades biológicas de caminar y manejar las manos, se han estructurado programas de motricidad gruesa y fina que perfeccionan los movimientos.
Compárese constructivamente a dos niños: uno que ha tenido la suerte de tener un mediador que le enseñó la técnica de las habilidades básicas con otro que no la tuvo; uno que recibió instrucción sobre cómo correr con otro que no la tuvo; uno que ha sido orientado para armar rompecabezas con otro que no lo ha sido. Un niño que ha desarrollado la habilidad del trazo, en cuanto a su desempeño en el dibujo y la escritura, con quien no ha recibido esta instrucción. Además, obsérvese la capacidad para aprender, el seguimiento de instrucción y la atención. Comparaciones prácticas de este tipo son suficientes para establecer los beneficios que deja la mediación en los niños.
Todas las consideraciones anteriores tienen una base práctica: son conclusiones a las que hemos llegado luego de acumular experiencia de muchos años en el sector educativo. Lejos de estropear la creatividad y “contaminar” al niño, la mediación mejora su capacidad para “aprender a aprender” y lo aproxima al arte de hacer las cosas de manera correcta. El docente transfiere al menor la técnica y los procedimientos que han sido acumulados históricamente por la disciplina que enseña.
Además, lo que se aprende en la edad preescolar tiende a permanecer y difícilmente puede modificarse; entonces, aprender la forma adecuada es trascendental porque es más fácil educar que reeducar. Una mala pinza, una postura impropia, una coordinación motora limitada o un mal hábito son difíciles de cambiar una vez se fijan. La espontaneidad es fuente fértil de aprendizajes erróneos. La educación en la primera infancia debe aproximarse a los requerimientos de la educación escolarizada.
Ahora bien, ¿cuál es la importancia de la experiencia espontánea? ¿Se debe eliminar de los procesos de aprendizaje? ¡No! Crea la base para el aprendizaje mediado. Su forma natural es el juego. Es una experiencia de ensayo y error. Estimula el esfuerzo para indagar, observar y ejercitar la inteligencia, es tierra cultivada donde puede sembrarse el aprendizaje dirigido. El aprendizaje espontáneo es como se ejercitan las habilidades aprendidas.
No sobra mencionar que es un yerro conceptual identificar lo espontáneo con la creatividad. Y ¿en qué consiste el aprendizaje dirigido? En tener en cuenta lo espontáneamente adquirido y ligarlo a una mejor forma de hacerlo sugerida por el mediador. Se debe acatar la edad infantil y “permitir que el niño se desarrolle a su manera, a su propio ritmo”. Se trata de transformar la experiencia espontánea en una dirigida y luego esta en una espontánea (Hegel). Es un riesgo pedagógico llevar al extremo una de las dos opciones.
Por otro lado, “la semilla debe caer en tierra cultivada” (Jesús) y de ese terreno se ocupa el maestro. El niño debe confiar en su mediador para desarrollar la capacidad de aprender y ser auténticamente un aprendiz, así es posible su crecimiento. Nacemos imperfectos y la perfección es la búsqueda.
Así mismo, la admirable capacidad para aprender del niño preescolar debe ejercitarse, no son suficientes la aptitud ni la inspiración, ni se puede afirmar que la mente infantil “está lo suficientemente estructurada”.
Por consiguiente, extendemos estos principios, como ya lo sugerimos, a la enseñanza de las dimensiones del conocimiento artístico, la ciencia y lo emocional. No solo estudiamos al niño que “se desarrolla sino al que se educa”. “El proceso de desarrollo natural y la educación deben entenderse como un proceso único” (Vygotsky).
En síntesis, el niño se educa a sí mismo en cooperación con el adulto. Se pretende que aquel utilice en la vida los conocimientos recibidos, resuelva problemas y piense por sí mismo.
Eduardo Salazar Varón
edusalazar56@gmail.com
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