La naturaleza y el hombre están intrínsecamente unidos. La madre Tierra o Gaia, como le decían los antiguos, provee los materiales que transformamos para nuestro beneficio, en un proceso dialéctico mediante el cual los seres humanos modificamos, no solo el medioambiente, sino también nuestro propio cuerpo y, fundamentalmente, nuestra esencia interior.
Esta interacción es posibilitada por nuestros órganos sensoriales, que paulatinamente se han aguzado y perfeccionado de acuerdo con la mayor o menor utilización que les hemos dado. En nuestro
encuentro cotidiano con el mundo los sentidos visual y auditivo han adquirido superioridad, pero a la expectativa, menos evidente, el tacto también es fuente de placer y sabiduría al ponernos en contacto con el mundo de las formas, los colores y las texturas.
encuentro cotidiano con el mundo los sentidos visual y auditivo han adquirido superioridad, pero a la expectativa, menos evidente, el tacto también es fuente de placer y sabiduría al ponernos en contacto con el mundo de las formas, los colores y las texturas.
La percepción táctil favorece la interacción de nuestro mundo interno y multidimensional con el universo que nos rodea, permitiéndonos además aprender, disfrutar, manipular y transformar, en una relación recíproca que nos reinventa y con la que comprendemos que la realidad está en función de lo que imaginamos como cocreadores del universo.
En el transcurso del tiempo las manos nos han dado la libertad, destreza y habilidad que no ha logrado ningún otro ser en la naturaleza; como miembros de un organismo entero y en armonía con él, hacen que de su propio desarrollo se beneficien al unísono alma, cuerpo y espíritu, que son a la vez creados y recreados por el trabajo manual, facilitando la evolución de la humanidad.
La historia del hombre se ha centrado en la elaboración de instrumentos y herramientas que, como extensiones sofisticadas de las manos, permiten tener mayor eficiencia en las labores de producción cultural. La interacción ser humano y naturaleza no solo perfeccionó nuestro cuerpo, también nuestras destrezas, habilidades, forma de vida y, sobre todo, en este proceso tanto práctico como de desarrollo de conciencia, nos formó a nosotros mismos para desplegar simultáneamente inteligencia, sensibilidad y espiritualidad.
Es evidente la importancia trascendental que tiene la habilidad manual; por eso, en una tarea artística, el trabajo con la plastilina busca potenciar la imaginación, la emoción y la inteligencia, al mismo tiempo que produce placer, satisfacción y elevación de la autoestima a través de la lúdica.
El trabajo manual genera las condiciones para que nos encontremos con nosotros mismos y con nuestras fuerzas primigenias. Es una excelente terapia porque con él creamos, afirmamos y enriquecemos nuestro propio mundo. En los ejercicios con plastilina aflora la mente subconsciente, permitiendo el autoconocimiento y la simbolización que transforman el lenguaje interno y la respuesta al mundo exterior, provocando un flujo de comunicación que nos equilibra y nos armoniza de una manera dinámica.
El manejo de la plastilina brinda el dominio de las formas, los colores y las texturas. Su aprendizaje requiere nuevas concepciones y paradigmas para los sentidos y una disciplina que nos aparte de la rutina de la vida, que en el mundo moderno llega en ocasiones a dictar nuestros deseos, visiones y pensamientos, causando estrés y tensiones, origen de la mayoría de las enfermedades actuales.
El moldeado con plastilina se convierte en un instrumento liberador, clave que abre las puertas del espíritu hacia la percepción del entorno, hallando nuevas y particulares experiencias sensoriales para conducirnos a estados de conciencia que nos abren el camino hacia nosotros mismos y llenan de poesía el mundo cotidiano.
Cuando tomamos un pedazo de plastilina e intentamos transformarlo, hacer una figura que imaginamos o copiar un objeto que aparece frente a nosotros, intervienen gran cantidad de procesos de inteligencia que se proyectan para ser reorganizados por la magia de la imaginación, cada vez con niveles más elevados de abstracción y complejidad. La representación física pasa a través del cedazo de la simbolización interior y se irisa reflejando la luz interior mediante el prisma de la belleza física.
El proceso de elaboración de una obra en plastilina es aparentemente simple, pero si lo estudiamos con detenimiento, nos daremos cuenta de que una buena producción exige entre muchas otras, las siguientes funciones y operaciones de cognición e inteligencias emocional y espiritual que no son necesariamente secuenciales: la observación, donde se manifiesta el grado de agudeza perceptiva del sujeto por medio de la identificación detallada; un proceso de diferenciación de un objeto con respecto a otros; una representación mental de los rasgos esenciales; la transformación mental que nos ayuda a modificar o combinar características para producir un nuevo elemento; la comparación, que nos concientiza de las diferencias en características respecto al referente físico o mental; la decodificación para interpretar la información que se nos presenta, leyendo las relaciones virtuales que genera o puede generar y finalmente, entre las más importantes, el análisis o percepción de la realidad y la síntesis, donde dicha realidad se integra formando un todo significativo.
Durante esta labor desarrollamos de una manera muy placentera la motricidad fina, el control de la impulsividad, la orientación temporo-espacial, la planeación de nuestra conducta, el enfoque de la atención en el momento presente, el aprendizaje de escucha y comprensión de instrucciones y la reflexión y transformación al retroalimentar el resultado.
Naturalmente, el dominio de la técnica y el arte solo se logran después de realizar muchas veces el ejercicio, ya que en todo proceso de aprendizaje la repetición va reafirmando de tal forma los caminos sinápticos neuronales, que el proceso se vuelve subconsciente, llegando a integrar los dos hemisferios cerebrales.
El trabajo con plastilina contribuye a nuestra formación integral y nos convierte en magos con el poder para crear una expresión propia mediante un lenguaje basado en formas, colores y texturas.
Este dominio permite re-presentar en un lenguaje particular las experiencias que el mundo exterior y los sentidos hablan al alma y aquello que esta quiere manifestar desde su más recóndito silencio.
Eduardo Salazar Varón
edusalazar56@gmail.com
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